Hace años que lo digo, pero como no soy
estrella cultural mediática, nadie me hace caso… No importa: el concepto de
“feria del libro”, tal y como lo conocemos, tiene que ser modificado
sustancialmente. Si en mis años muy mozos la Feria de Minería y ya luego la FIL
de Guadalajara ofrecían el atractivo de libros difícilmente conseguibles a
precios accesibles, el advenimiento de internet, con Amazon y las redes
sociales, lleva a que conseguir libros difíciles ya no lo sea tanto… Así que,
¿para qué ir a una feria del libro?
Otro atractivo que ofrecían, y siguen
ofreciendo, eso sí, las dichas ferias, es la presencia de las grandes figuras
mediáticas de la industria editorial que luego se disfrazan de escritores (o
escritoras). En el imaginario colectivo, ir a ver a Elenita Premiatowska, a
Juan (de todos los moles) Villoro o a Benito (santodiablo de la pastorela)
Taibo resulta tan llamativo como a la generación de mis padres le resultaba ir
al DF a ver los changos en Chapultepec.
Hace años que, pese a vivir en el DF, ya
no me paro a la Feria de Minería, y llevo ya tres años consecutivos de asistir
a la FIL, donde cada año los stands son los mismos, ubicados en los mismos
sitios, con prácticamente los mismos libros de los que lo único que cambia es
el precio (cada vez más alto) y cada año se ve todo más aburrido… o tal vez sea
yo el aburrido que ve todo a través de ese cristal… No sé.
Este año, sin embargo, la FIL tuvo para
mí dos atractivos: primero, participar en la presentación de la cuarta edición
de una de mis novelas favoritas, Un Dios para Cordelia, así como en el
lanzamiento de la versión impresa de Crueldad en subasta, ambas de Malú Huacuja
del Toro y, en segundo lugar, conocer a Juan Carlos Flores, cuyo padre, Ernesto
Flores fue un académico, investigador y promotor cultural a quien no se le ha
dado el sitio que merece. Me reservo el momento de hablar largo y tendido de
este segundo punto y, por ahora, me centro en lo primero.
Hace algunas semanas, Fernando Valdés, la
cabeza en jefe de Plaza y Valdés, me contactó para ver si me interesaba
participar en lo de los dos libros. Por supuesto que le dije que sí: soy amigo
de mis amigos y, aún más, de la Literatura y aquí estaba un magnífico dos en
uno. Le encargué, muy encarecidamente, que me hiciera llegar un ejemplar
impreso de Crueldad en subasta, pero me dijo que todavía no estaba listo. Como
estaba muy formal (Fernando, no yo), le dije que ya nos conocíamos y empezamos
a comentar cosas acerca de la obra de Malú y también de otros asuntos
editoriales con los que ambos estuvimos relacionados tiempo atrás…
Total que una semana antes de la
presentación, cuando le llamé para ver si ya estaba la versión impresa y si al
final la presentación se llevaría a cabo, hubo dos tipos de respuesta: para lo
primero fue un no y para lo segundo, un sí. El viernes antes de la FIL recibí
un archivo en PDF de la novela, que me resultaba tan inmanejable, para sacar
notas y referencias (en suma, para trabajar con él) como la versión en kindle
que estuve comentando en el programa de radio. En fin: la presentación quedó
apalabrada para el martes 1 de diciembre “en la tarde”.
Para esto, la mañana del domingo 29
amanecí con la garganta irritada e inflamada, tanto que mi padre lo notó al
hablar por teléfono y me dijo que me cuidara, que si la presentación y, como
siempre, que cuidara mis palabras. Seguí con el malestar toda la tarde, pero el
acabose fue al llegar a Guadalajara y el trayecto del aeropuerto al hotel fue
de estornudos, lagrimeos y moqueos… siguiendo el consejo materno fui a una
farmacia a buscar una inyección que luego es muy útil, pero la falta de
amabilidad de las dependientes hizo que tomara cualquier antigripal y listo.
El lunes amanecí sintiéndome pre-cadáver,
pero fui a dar una vuelta a la FIL, para registrarme y para ir al stand de
Plaza y Valdés. Poco antes de llegar al módulo de registro, me interceptó una
chica, cuya orden fue: “Carta o gafete” y yo: “¿Duh? ¿De qué hablas?” y ella, a
repetir su orden. “¿Puedes ser más explícita?”, a lo que contestó con “Para
accesar a la feria necesitas un gafete o en su defecto, traer una carta para
que te lo den”. Yo, que ya me había enchilado, le dije, mientras volvía a
caminar, “A eso voy. Con permiso”.
Ya con mi gafete, vi que todo estaba
igual que el año anterior y el anterior al anterior al interior de la feria; di varias vueltas buscando el stand de Plaza y
Valdés. Al no hallarlo, me fui al “kiosko de información”, donde le pedí a una
chica que lo buscara… Se puso a teclear: “Plas…”; le dije: “con zeta” y siguió
“Plazai…” y le dije: “separado y con ye”; “¿Ye? ¿Qué es eso?”; “I griega”, dije
mientras levantaba los dedos índice y medio; teclea “Plaza y Bal…”; “No, con la
otra V” y con mi paciencia soltando las últimas gotas. Pues no: no estaba el
stand de la editorial. Luego de estar en la sección de libros electrónicos
(donde platiqué brevemente con mi amiga Yudis), no aguanté más y me fui al
hotel, para volver más tarde y encontrarme con Juan Carlos Flores y luego
volver al hotel, donde me acosté a dormir, sintiéndome cada vez peor y donde
tuve un sueño…
(Estoy en casa de mis padres, donde también
está Malú. Quiero mostrarle dos de los orgullos de mi biblioteca: las primeras
ediciones de Crimen sin faltas de ortografía, la que compré hace muchos, muchos
años y la de Un Dios para Cordelia, que conservo incluso con la tarjeta postal
de la primera edición. Pero Iván los cambió de sitio para una reparación
doméstica y ahora no los encuentro. Mi mamá ya nos habla para comer, mientras
dice que no está bien eso de tener a Malú esperando. Yo estoy con la neura de
que no los encuentro, mientras pienso si no se los habré prestado a Rodolfo.
Sigo sin encontrarlos y así me quedo,
porque recibo una llamada, real, desde el trabajo.)
Desayuno con mi amiga Paty, que ya llegó
desde la noche anterior, pero me quedo en el hotel a dormir un rato y a
terminar de preparar lo de la presentación. Montado en mi dignidad, decido que
NO le voy a llamar a Fernando Valdés, hasta que casi sea la hora de comer.
Faltaba más…
Llego a la feria, donde veo a Paty y
comemos. Luego nos vamos a ver un stand de libros viejos, aunque luego de la
entrega de revistas que hizo Juan Carlos la noche anterior, nada me llama la
atención por el momento. Desde ahí le marco a Fernando, quien quién sabe dónde
andará que tiene una señal pésima en el celular. Me dice que comenzaremos a las
4… o poco después. A partir de aquí, recuerdo continuamente a San Juan de la
Cruz con aquello de “y entreme donde no supe…”
Llego al hotel donde sería la
presentación y me reciben algunos empleados de Plaza y Valdés. Muy amables,
pero no me saben dar razón de Fernando. Le marco y dice que empezaremos a las
4:30. Pongo cara de agrura y una chica, muy amable, para distraerme de mi enojo
me pregunta que desde cuando conozco a Malú. Le digo que desde Crimen sin
faltas de ortografía, literariamente hablando, pero que en persona lo hice dos
años antes, en la misma FIL. Me dice que ella la conoce desde poco antes de que
Crimen sin faltas de ortografía fuera publicado. En el inter, veo que NO está
la cuarta y nueva edición de Un Dios para Cordelia, que sólo tienen la
anterior… o sea, que vamos a tener fiesta sin festejada…
Llega Paty a las 4:30, pensando que ya
habíamos comenzado. Le digo que no y que algo me dice que empezaremos más
tarde. Nos ofrecen café, té… Siento que no tanto por amabilidad pura, sino como
se le hace a los niños cuando les dicen “pajarito, pajarito”. Hago un trato
conmigo mismo: no volver a ver el reloj, pase lo que pase…
Repentinamente, dicen que ya vamos a
empezar, pero antes, como en fiesta de pueblo, un número musical, interpretado
por un muchacho con aspecto jipiteca y una guitarra a la que aporrea como si
escarbara entre sus cuerdas buscando trufas, mientras berrea peor que Gloria
Trevi y explica el contenido (sic) de la letra de sus canciones. Aprovecho para
ir al baño, lo que me permite enterarme de algo: del salón de al lado sale una
señora, con cara de apuro, pidiendo que por favor detengan ESO: “Estamos en las
lecturas de las ponencias de un congreso y no nos deja escuchar…”. Obvio que no
la pelan y sólo le bajan de volumen al amplificador. Luego de la cuarta
canción, dicen que es suficiente y casi todos suspiramos con alivio… sin
embargo, a alguien se le ocurre gritar, mientras aplaude, “Otra, otra, otra” y
el jipiteca se la cree.
Para esto, entre una canción y otra llega
Fernando Valdés y saluda a un chico que está en la primera fila y le dice
“Álvaro, buenas tardes…” y entre el chico y los empleados lo sacan de su error
y le dicen que él no es Álvaro… Se disculpa, nos saludamos y se vuelve a
disculpar, ahora por empezar tan tarde. Le digo que ya no digo nada.
Luego del chou, pasamos, por fin,
Fernando y yo a la mesa principal. Dice algunas cosas referentes a ciertos
cambios en Plaza y Valdés que, si se concretan, harán ruido, positivamente
hablando, en el mercado editorial mexicano. Ya luego comienza a hablar de Malú
y de sus libros. Entre otras cosas, dice que Malú es una contestaría.
Posteriormente, pero ahí mismo, en la mesa, le digo que no, que es una
escritora crítica, amiga de sus amigos y más amiga de la verdad y que exponer
esa verdad es uno de sus valores principales, como ser humano y como escritora…
Doy lectura a mi texto, titulado
originalmente El mundo según Malú, en el que escribí, con cierto detalle, de
Crimen sin faltas de ortografía, “Entre la génesis y el berrinche” y Un Dios
para Cordelia. Antes de hablar de Crueldad en subasta, aclaro que haré eso:
hablar, porque al no tener una copia impresa, no quiero parecer comentarista de
suplemento cultural de los domingos. Fernando me mira medio raro, empiezo a
contar esa parte y termina el show.
Luego, platico con Fernando acerca de algunos asuntos literarios editoriales académicos, pero en cuanto menciona un nombre que NO VOY A MENCIONAR POR DECORO, le digo que retiro todo lo dicho y que, al menos para eso, no cuente conmigo. Como, la verdad ya estaba aburrido, aunque
me invitaron a un brindis que comenzaría a las 8:30 de la noche, y como mi
amiga Paty ya se había regresado al hotel, decliné la invitación y salí del
hotel de la presentación… para encontrarme con una mujer que me interceptó para
encuestarme acerca de la FIL: que si había suficientes libros para jóvenes,
para padres de familia, para la convivencia familiar… para terminar
ofreciéndome el librito Mi pequeño libro de historias bíblicas, publicación de
los Testigos de Jehová que leí en mis tiernos años mozos, gracias al regalo de
una tía abuela paterna. Decliné el regalo y cualquier otro de los que me
ofreció. Tomé mi Uber y me fui al hotel donde, con gripa y todo, me bebí dos
copas de tinto, en compañía de Paty… Me las merecía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario