miércoles, 22 de junio de 2011

I just like the sound of it...

La historia va así esta vez: hace tiempo, cuando lo del otro huevlog, alguien me contactó por ahí, a raíz de que publiqué una lista de compra de libros, entre los que destacaba, si no recuerdo mal, una edición de Lilus Kikus (la segunda, según mi entender) y una de las tres que conozco, y que poseo, de El hombre de los hongos. Ese alguien manifestó su interés en hacerse de un juego de fotocopias de esta última obra y aunque entramos en contacto electrónico, la historia quedó ahí.
Nevertheless, habría dicho mi querida Carmen Marín, hace poco, en el gmail, en el chat, vi conectado a ese alguien y hablamos de la deuda pendiente e incluso apalabramos la posibilidad de encontrarnos para entregarle no un juego de copias, sino una edición, la segunda, del texto de Sergio Galindo. Por supuesto, ese encuentro no se ha concretado… y es que luego me doy cuenta que necesito un día de 30 horas, al menos, para hacer todo lo que quiero…
Un sábado saqué justamente ese ejemplar y no sé qué me dio de ponerme a leerlo antes de hacerlo llegar a su futuro dueño. No sé… fue algo raro, pues me di cuenta que había una línea de lectura a la que nunca le había puesto atención, coincidente con una conversación que un día antes había tenido con algunos compañeros del trabajo. Sincronicidad junguiana, sin duda alguna. Y me quedé en la Luna de Valencia no sólo ese sábado, sino el resto del tiempo que invertí en la toma de notas, y luego en tratar de justificar la elaboración de algo que, a todas luces, tiende a convertirse en algún articulillo.
Y recordé una frase de Francoise Sagan: “la razón de ser, absurda, ingenua, de todo texto, sea una novela o un ensayo, o hasta de una tesis, es siempre esa mano tendida, ese deseo desenfrenado de probar estúpidamente que hay algo que probar”, porque salió esa idea recurrente que luego hace que sólo escriba el 5% de lo que pienso y que sólo dé a conocer el 1.5% de eso que escribo: ¿y esto para qué sirve? ¿para qué darle a la sin hueso? Sin duda que lo que voy a escribir ya lo escribió alguien y de mejor manera... Sin enredarse tanto, porque si escribiendo me enredo, ya se sabe lo que sucede cuando hablo, y el día menos pensado me pasa lo que le Amaranta le dijo a Fernanda del Carpio que le sucedería algún día: confundir el recto con las sienes...
Sin embargo, esta vez me lancé al ruedo y vi que lo que tengo proyectado me sirve para darle orden a otra idea que ha andado dando vueltas en mi cabeza como un carrousel desde hace varios años… y eso mismo me llevó a que, una vez terminada la lectura de El hombre de los hongos, me conectara automáticamente con Los recuerdos del porvenir, de Elena Garro. Y aquí sí, habría dicho San Juan (de la Cruz): “entréme donde no supe”. Hoy [que ya es ayer] terminé mi enésima relectura de esa novela y tengo todavía el corazón estrujado y los ánimos por los suelos, si no es que un poco más abajo. Los recuerdos del porvenir es una obra maestra, pero hablar de esta relectura es otra historia…

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