Nadie se tomó a mal que dejáramos de escribirnos... o al menos eso pareció.
Ya a esas alturas, éramos más que conscientes de que la comunicación, nuestra comunicación, iba más allá de las palabras.
Estábamos conscientes, también, de las posibilidades expresivas del silencio, nuestro silencio: impotencia, tedio, laissez faire, spleen, indiferencia.
Y algo otro de lo que también estábamos conscientes, era de que cuando volviéramos a encontrarnos, tendríamos que aceptar, e incluso confesar, que, en efecto, nada había pasado... si acaso el tiempo.
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