La historia está así esta vez: recibí un tweet de la biblioteca del Tec, con una pregunta muy, muy directa: “¿Qué libro te trae un recuerdo lindo?”, y la respuesta no tardó nada en llegar: Heidi, de Joana Spyri, aunque podría haber sido combinado con Amanecer, de Patricia Cox. En ambos casos, se trata de mis primeros libros: el comprado y el leído…
En casa de mis padres, a diferencia de otras que frecuentaba en aquellos ayeres de cuando no pasaba de los 10 años, había libros y revistas… o más que revistas, habría que decir que lo que abundaba era el Reader’s Digest, en español y en inglés (no sé por qué había en inglés, y de los primeros años de publicación, toda vez que mis padres no manejan ese idioma…).
Recién comenzaba a leer, cuando me topé con Amanecer, que me intrigó por unos dibujitos que traía y porque de verdad constituía un reto para practicar la lectura. Recuerdo que se trata de la narración de diversas etapas de la vida de una niña. Una de las imágenes que más recuerdo es cuando se describe la procesión silente durante un Viernes Santo. En aquellos ayeres (debí de haber andado por los seis años, cuando mucho), leer eso me provocó un miedo… pero seguí leyendo. Con el tiempo, el libro desapareció, para volver a aparecer años después y ahora lo tengo en la biblioteca de La Fortaleza de la Soledad. No he vuelto a abrirlo porque, la verdad, tengo miedo al desencanto… pero ahí está y tal vez, tal vez, algún día vuelva a verlo… a leerlo.
Heidi fue el primer personaje del que me volví fan: veía la teleserie, compraba el comic y… hasta mi mantelito para la mesa tuve. Me encantaba la historia y cada semana me la vivía entre el placer y el tormento, porque, quienes la conozcan, sabrán que va de los momentos más tiernos como la relación entre Heidi y el abuelo (el viejo Hessen, le decían), como la angustia inenarrable cuando la tía Dete se lleva a Heidi a Frankfurt, o bien, cuando el señor Straal quiere matar a Copo de Nieve, la cabrita que no podía crecer… de verdad que me la vivía con el estómago hecho un nudo… esperar los avances semanales era too much para mi claroscuro y tierno pensamiento…
Para colmo, una tarde, de paseo con mis padres, vi en Galerías Carrillo, un libro con la novela completa. Le pedí a mi padre que me lo comprara… y se negó. Me dijo que ahorrara y lo comprara yo con mi propio dinero. Plan con maña el de mi progenitor, toda vez que sabía que la mayor parte de mi dinero lo invertía en comprar Lágrimas, Risas y Amor y Kalimán, por citar sólo dos de los folletines que fueron motivo de mil y un discusiones, regaños y castigos de mis padres hacia mí. Bien mirado, aquello fue un reto del que salí airoso, gracias a la ayuda y complicidad de mi hermano Vannia, a quien no sé cómo engatusé para que me ayudara a comprar parte de los folletines, mientras yo juntaba dinero para comprar MI Heidi.
La tarde que fui a comprar el libro… seguro que parecía una gelatina, del nervio, además que el dueño de la tienda era muy seco, como el abuelo de Heidi… pero, con nervio y todo, me armé de valor y leí la novela, casi creo que de un solo tirón. Mi alma descansó cuando pude darme cuenta de que todo terminaba bien para Heidi, para Pedro, para Copo de Nieve… e incluso para Clarita… ¡Puf!
A diferencia del de Patricia Cox, no conservo ese libro, dada la mala calidad con que fue elaborado: no era cosido, sino pegado, y tal vez ni con pegamento para libros, sino con engrudo para piñatas, porque sin ser temporada otoño-invierno, perdió las hojas con la misma facilidad con la que pierdo la concentración en clase cuando mis estudiantes están haciendo cualquier otra cosa que no sea poner atención… y ahora, cada que voy a Donceles o a cualquier otra librería de viejo, llevo en mi corazón la esperanza de hallar justo ESA edición.
Algo me dice que no he de morir sin encontrarla…