Luego del adiós, pensé en subir hasta la punta de
la estrella más alta que pudiera vislumbrar y desde allí lanzarme. Así, pensé,
tendría tiempo más que de sobra para reflexionar en todo eso que me dijiste y
en lo que tal vez (tal vez sí, tal vez no) tuvieras razón.
Pero el frío del exterior resultó mucho mayor que
el frío de tus palabras esa última vez que nos vimos, así que mejor me refugié
en la calidez de la cama, desde donde, en sueños, salté de la ilusión al
desengaño…
Y el corazón quedó tan sorprendido, que para
siempre me quedé dormido.