Luego, ya no del silencio, sino de una abierta negativa al
diálogo, provenientes de la otra parte, se quedó pensando, mientras por la
ventana miraba la lluviosa tarde… y el sereno palpitar que surgía de la alcoba
más preciada de su pecho, le hizo recordar que hacía mucho tiempo que no pasaba
por ahí. “¿Para qué --pensó en algún momento--, si mi huésped está allí todos los días?” Tomó
la llave, abrió la puerta y no pudo evitar fruncir el ceño ante el rechinido de
las bisagras…
Tampoco pudo evitar abrir la boca, al ver que todo estaba
tal cual lo había dejado, cuando abrió la puerta, el día de la hospitalidad
primera… “Casi igual”, habría que precisar, según pensó, porque todo estaba
cubierto por una gruesa capa de olvido y tedio… todo: una rosa sin oler (y
posiblemente sin haber sido vista),
besos sin labios receptores, caricias que, casi agónicas, aleteaban en busca de
un cuerpo en qué posarse, asombros sin haber sido probados, cientos de “te amo”
sin abrir, dulces esperanzas en forma de suspiros… “Pero… ¿dónde estuve todo
este tiempo?”, preguntó con un recién nacido asombro.
Miró todo eso como por vez primera, y tras reconocerlo tan
suyo como involuntariamente abandonado, suspiró tan, pero tan profundamente,
que el polvo quedó como un recuerdo más, y como por arte de magia se corrieron
las cortinas, se abrieron las ventanas y un rayo de luz despertó a la rosa, que
suspiró sonriente…
“¿Puedo pasar?”, preguntó una voz tan nueva, como
desconocida e inesperada.
Gracias a Vannia y a A1 por sus comentarios.