apoltrónate

éste es un blog de buena fe: no busco ningún fin trascendental, sino algo privado y familiar. tampoco me propongo prestar ningún servicio ni trabajo para mi gloria: mis fuerzas no realizarían tal deseo. lo dedico a mi gente (en la sangre y en el afecto) para que pueda encontrar aquí rasgos de mi condición y humor. quiero mostrarme en mi manera de ser, porque soy yo mismo a quien pinto. mis defectos, mis imperfecciones y mi manera de ser se reflejarán aquí de la cabeza a los pies, del cerebro al corazón. si resultara válido, me habría pintado de cuerpo entero y completamente desnudo, pero para eso hay otros lugares. sépase que soy el contenido de mi blog, sin que esto sea válida razón para que emplees tu vagar en un asunto tan frívolo y tan baladí.

lunes, 28 de noviembre de 2011

bustos de á y a surfeando en carruaje mantrasísmico

- ¿envejecí?
- ¿y quién no?
- los que se murieron; ésos no...

domingo, 20 de noviembre de 2011

Del Padre Montejano (y otras historias)

Por no hacer mudanza en mi costumbre, comenzaré hablando desde las ramas: para el puente del 20 de noviembre, fui a Ese Lugar y me la pasé en casa de mis padres. Pensé en llamarle al P. Montejano, pero sólo quedó en eso. Pasado el puente, y ya en el Colmox, al salir de una clase, estaba Griselda Rayón, la secretaria del CELL, esperándome afuera del salón, con cara de afligida y con un recado telefónico de Vannia, mi hermano: “Que falleció el P. Montejano…” y yo me quedé pensando que qué malo y que, habría dicho mi ahora difunta abuela: “tuvo una muerte muy bonita, sin cama ni nada”. Y es que no pude pensar en la muerte del P. Peñalosa, pero eso es otra historia muy otra.
Traté poco al padre, pero el trato siempre fue respetuoso de su parte y, en varias ocasiones, ejemplo de moral y de caballerosidad. Cito ahora unas cuantas anécdotas que presentan diversas facetas de su manera de ser.
1.       Nos conocimos, en persona, en el Arzobispado, en Ese Lugar. Iba yo acompañando al P. Peñalosa y tuvimos que pasar a no sé qué y ahí andaba la crema y nata del lugar, porque estaban desde D. Arturo Szymanzki, hasta el P. Dip y creo que el P. Andrés Estrada. Total, que al momento de presentarnos, me dijo “Ah, eres el que estudia letras en Xalapa… bla bla bla. Nomás una cosa te digo: cuidado y te hagas uno de esos piojosos marxistas, porque nomás empiezan a leer y se les meten ideas raras… ya ves lo que pasó con [David] Ojeda y todos los demás” [Esto lo dijo delante del P. Peñalosa, quien hizo que la virgen le hablaba]. Bla bla bla, me invitó a ir a su casa al día siguiente, porque fue en ese rato cuando se habló de que hiciera yo mi tesis de licenciatura, acerca del teatro de Manuel José Othón, idea que acepté con una condición: “Si ustedes dos [Peñalosa y Montejano] me ayudan, acepto. Si no, sigo con mi otro plan de tesis…”.
2.       Al día siguiente fui a casa del P. Montejano, donde me recibió en su estudio, lleno de cajas de zapatos que estaban llenas de tarjetas y más tarjetas. Me entregó algo tipo cartapacio, que contenía lo que él había recopilado del teatro de Othón: una buena parte. Hablamos unos cuantos minutos y me dijo: “Tengo que salir, pero te dejo ESO. Si te interesa trabajar con lo del teatro de Othón, quédatelo… si no, nada más te pido que me lo regreses”. Cierto que tenía yo el aval del P. Peñalosa, pero… me quedé pensando que qué detalle el suyo, el de entregarle así como así un archivo de esa naturaleza a un perfecto desconocido…
3.       Una vez que se supo que lo de la Lic. en Letras no se abriría (que fue cuando me regresaron a Ese Lugar con el pretexto de que iban a poner Humanidades en la universidad de ahí), ambos padres expresaron su preocupación ante mi futuro laboral y académico… y cada uno lo resolvió a su modo. Peñalosa me llevó a trabajar al Hogar del Niño… a dar clase de civismo y de inglés… ah, y de Historia de México (con un “sueldo”, en ese momento, de pocos pesos por hora de clase). También me mandó al Seminario a dar clase de redacción y luego me dejó su taller en la Universidad. No se crea que lo hizo de manera desinteresada, sino que luego se lo cobró a lo chino (véase en parte la anécdota que va luego de ésta… que no fue todo lo que hizo) pero esto es una historia muy otra que, en definitiva, rompió todo lazo amistoso y magisterial que hubo entre Peñalosa y yo. El P. Montejano, en cambio, me propuso que me fuera a la preparatoria del Motolinía, a dar clase de Literatura y Redacción, lo que bla bla bla, originó la furia de Peñalosa, quien acababa de salir de uno de sus prolongados episodios agónicos (que tanto le costaron a la Universidad, a gobierno del estado y a la curia potosina)… y con el berrinche que me hizo, me dije que mejor no me iba al Motolinía… Cuando se lo comenté a Montejano, el hombre me vio con una mirada como la del dragón que tiene Sta. Marta a sus pies, se llevó las manos a la nariz, miró fijamente a la pared y me dijo: “NO te hagas ESO, muchacho… ¿ves por qué te he dicho que mi homólogo es un tirano? Él sólo ve para su santo. Sé que tú lo estimas y le tienes cariño y respeto, pero también hay que ver que él ya va de salida y tú apenas comienzas… No es justo y por eso tenemos los problemas que tenemos, porque él nunca ha querido que nadie le haga sombra… Bla bla bla. Yo no te voy a decir qué hagas. Si no quieres irte al Motolinía, adelante, sólo te recomiendo que pienses en ti y en tu futuro”.
4.       Poco tiempo después de esto, y cuando sucedió lo de las obras completas de Othón, publicadas por el FCE, como casi nadie sabe (porque me quedé callado por respeto), el P.  Peñalosa “se apropió” de mi investigación del teatro de Othón y mi crédito ni siquiera aparece en el índice, sino al terminar la magra introducción que me dejaron poner (¿o que me dejó poner el P. Peñalosa? A estas alturas de la vida, sigo sin saberlo). La gran mayoría de las personas que se enteraron en ese momento, dijeron y dijeron, pero el único que tuvo el valor de decirle algo a Peñalosa fue él: “Peñalosa: ESO que usted hizo con el trabajo de Álvaro NO es correcto ni moral ni académicamente hablando; en el primer caso, por su investidura sacerdotal y por su sitio en la jerarquía; en lo otro, porque a eso se le llama plagio”. Cuando me contó esto el P. Montejano, estaba que bailaba de coraje y me dijo: “¿Y qué crees que me dijo el muy cínico?: ‘¿Y eso qué? Álvaro es un desconocido’. Eso no se vale, muchacho, y voy a hablar con el Arzobispo de eso”. Si habló o no, no lo sé… Pero poco después de eso, el P. Peñalosa me dijo: “No, si te llevas muy bien con Montejano. Si luego hasta te defiende…”, a lo que contesté: “¿De qué, padre? ¿Es que hay alguien que me ataque?”.
5.       Cuando gracias a la insistencia de Alejandro Higashi decidí probar suerte en el Colmox, fui con Montejano a que me diera una de las dos cartas de recomendación que necesitaba para entrar ahí. Con Peñalosa, ni pensarlo, porque cuando le comenté que quería estudiar en el Colmox, me dijo que no era bueno ser tan ambicioso… La actitud de Montejano fue muy distinta: “Ah, desgraciado… con que te quieres largar… Me da gusto y me da tristeza, pero, ¿qué otra cosa puedo hacer? Si uno mismo les da alas, mal se vería que no los dejara uno usarlas o que se las cortara… Está bien, lárgate… pero regresas, ¿eh, infeliz? que aquí nos haces mucha falta”.
6.       Luego de terminar lo del Colmox, me mandaron a Estados Unidos y al terminar mi estancia allí, volví a Ese Lugar, en parte, porque andaba con una depresión moderada que no me dejaba pensar claramente y, en parte, porque recordaba el “sí” que le había dicho al P. Montejano luego de lo que me dijo en el punto anterior. Pero cuando empezaron a cancelarme citas y a no contestar llamadas por parte de la universidad de Ese Lugar, me di cuenta de que mi sitio estaba en otra parte. Cierto que me propusieron que fuera al Colegio de San Luis, pero ni el trabajo me tomé, porque sabía que gracias a mi amistad con el P. Montejano, mis comentarios en el periódico y en algunas presentaciones de libros y en reuniones de café, las puertas de esa institución estaban más que cerradas para mí…