El sol que bosteza esta mañana de Jueves Santo invita a
seguir en cama. Entre estas cuatro paredes azul cielo con blanco, tú y yo nos
miramos, sonreímos y jugamos a encontrar figuras en un techo donde el azul se
pierde entre el blanco y el blanco da lugar a un tono azul sueño, azul pereza.
Me encanta que mi brazo sea la almohada donde tu cabeza
reposa, y me encanta más que tu brazo sea la almohada donde mi cabeza reposa.
Te miro y me miras: nos miramos. Sonreímos y, hay qué ver, al mismo tiempo
suspiramos… venir a ver…
Afuera, en el jardín, el sol le susurra algo al césped, que
suspira en un tardío relente: luz viva en movimiento. “¿Y si bebemos el café
allá afuera?”, pregunta una voz que puede ser tuya o mía… que puede ser tuya y
mía. Tanto contento, tanta felicidad, nos pueden hacer caer en lugares comunes
de la exhaltación y la alegría… que no nos pase, que no nos pase…
En el jardín, el insistente relente consigue que el paisaje
simule sueños vagos o que todo exhale una ligera sensación de irrealidad… y nos
reímos como loquitos mientras jugamos a no mirarnos. Jugamos a que los labios
son aves que van volando y juegan a que se encuentran y juegan a no
encontrarse. Nuestras miradas se juntan y terminamos en el césped, jugando como
cachorros.
“En tu mirada me veo” y son tus dedos, tus manos y tus
brazos quienes me indican que soy yo, que estoy aquí y contigo. Que vivo y
respiro. Con nuestras manos tomamos nuestras cabezas y en nuestras miradas, los
dos nos deseamos más allá de los cuerpos, más allá de este tiempo… nos
respiramos.
Entran por tu nariz el verde del césped, el amarillo del
sol, el azul del cielo y el blanco de las nubes que son formas y figuras… Me
das a respirar ese momento y te lo devuelvo, envuelto en suaves pensamientos
que alguna vez nos harán recordar cómo nos respirábamos.