Si algún día le preguntaras, verías que no recuerda desde cuándo comenzó a echar llave a la puerta. Fue cuando sentía que el aire le faltaba en los pulmones, porque temía también que con el sol no sólo se fuera la noche, sino incluso el más menor de sus suspiros.
De pronto comenzó a aburrirse, siendo lo más grave de eso que ni siquiera se dio cuenta de su hastío y así fue que se enroló en el hipnótico tic-tac de su propio corazón, y una noche no sólo se olvidó de echar la llave, sino que olvidó también cerrar la puerta, que un travieso pensamiento se encargó de abrir de par en par...
Para entrar en la casa y jugar en el patio; para salir de la sala y entrar en la cocina y dar la media vuelta haciendo una reverencia y deslizarse por el piso para entrar en sus pulmones, resarcir la ausencia de tanto y tanto tiempo y fundirse lentamente con el más íntimo y mudo de sus sueños, tan azules como antiguos.