Conformada por los cuatro elementos (que, lejos de coexistir en su interior pacífica y armoniosamente, se hallaban en constante pugna), Mariana deambulaba por la vida. No había necesidad de nada más que tenerla cerca para percibir este fenómeno. Era ésta la misma razón por la cual poca gente soportaba mirarla directamente a los ojos, Ángel y Morbo, entre otros cuantos.
Sin embargo, y por si esto fuera poco, las conjunciones astrales que coincidieron con la concepción y el alumbramiento de Mariana, decretaron para ella un destino que, dependiendo de la perspectiva, oscilaba entre dos puntos tan opuestos como la atracción y el rechazo: Mariana pertenecía a esa escasa clase de seres, de quienes una vez manifiesta su presencia, nunca se les olvida, aunque esa presencia hubiera sido tan fugaz como la chispa del principio, porque, desgraciadamente, nunca se quedaban en ningún sitio ni con ninguna persona.
Por todo esto, cuando Ángel le pidió un aquí a Mariana, en su cuerpo suyo y en sus circunstancias, nunca supo lo que estaba haciendo... ni en lo que se estaba metiendo...
¿Lo sabía Mariana?
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