apoltrónate

éste es un blog de buena fe: no busco ningún fin trascendental, sino algo privado y familiar. tampoco me propongo prestar ningún servicio ni trabajo para mi gloria: mis fuerzas no realizarían tal deseo. lo dedico a mi gente (en la sangre y en el afecto) para que pueda encontrar aquí rasgos de mi condición y humor. quiero mostrarme en mi manera de ser, porque soy yo mismo a quien pinto. mis defectos, mis imperfecciones y mi manera de ser se reflejarán aquí de la cabeza a los pies, del cerebro al corazón. si resultara válido, me habría pintado de cuerpo entero y completamente desnudo, pero para eso hay otros lugares. sépase que soy el contenido de mi blog, sin que esto sea válida razón para que emplees tu vagar en un asunto tan frívolo y tan baladí.

sábado, 26 de marzo de 2011

Notas acerca de Nuestra Señora de los Brillitos

La historia se remonta a varios años atrás, cuando todavía estaba yo en Ese Lugar y daba clase ¡en secundaria! (todo lo que he vivido entre “eso” y mi ahora da para escribir páginas y más páginas que incluso Balzac y su Comedia Humana se quedarían cortos)…
Anécdotas de esa época hay varias y recuerdo dos principalmente: el caso de los hermanos casi gemelos y el altar del día de muertos. El primero, tuvo que ver con dos hermanos que cursaban el mismo grado y que eran bastante parecidos entre ellos… tanto que habrían podido pasar como gemelos. El curso en el que los conocí coincidió con la transmisión de La usurpadora, una infame versión de El hogar que yo robé (una telenovela muy buena, protagonizada por Angélica María). Ambas historias presentan el caso de una mujer tan rica como guapa como malvada, que encuentra a su doble, que es tan pobre como guapa como bondadosa. En fin…
Cierta mañana, volviendo del receso, llegó el menor de los dos hermanos… fúrico el escuincle… se acercó al escritorio y me dijo: “Oiga, profe: éste, ése y aquél me andan diciendo ‘la usurpadora’…”. Para bien o para mal, mi carcajada no lo dejó terminar de dar la queja, porque inmediatamente señaló: “¿Ve cómo es usted? Vengo a darle la queja y mejor se ríe junto con ellos. Mejor ya me voy a mi lugar…” Con el tiempo, hice una buena amistad con ellos dos y con los otros dos hermanos que iban en cursos superiores.
Lo del altar de muertos es otra historia y es el motivo principal de esta entrada…
Resulta que, llegada ya la celebración del día de muertos, la secundaria estaba siendo arreglada para el festejo. Ya se sabe: la construcción del altar con todos sus aditamentos: papel picado, comida, velas, agua, banderitas, calaveritas de azúcar, papel metálico… Quien se encargaba de organizar eso era el prefecto, un individuo de quien no quisiera acordarme, debido al maltrato físico y psicológico al que sometía a los estudiantes…
En esa ocasión se auxilió de dos niños a quienes llamaré Rafa y Daniel, y quienes eran la comidilla de la secundaria debido a su voz, sus gestos y su expresión corporal, que los convertían en “las loquitas” de la escuela. Rafa tendía a abusar de su papel organizacional en casi todas las festividades y sonsacaba a Daniel para que lo secundara.
Esa vez, con el pretexto del altar no se habían parado a clase en una semana, poco más o menos, y ya habíamos comenzado la sesión cuando se abrió la puerta y entraron los dos personajes… “Profe, dijo Rafa, venimos a hablar con usted, porque no vamos a entrar a clase…”. Lo primero que les dije fue: “¿Otra vez? Pero si eso ya no es novedad?” Rafa se sonrió y miró con picardía hacia el suelo: “Ay, profe, no se enoje. Es que… ya sabe, andamos preparando lo del altar… Es importante que conservemos nuestras tradiciones… y a nadie en el grupo le interesa participar, entonces, todo tenemos que hacerlo entre Daniel y yo… Y veníamos a pedirle permiso de faltar, porque tenemos que ir a comprar diamantina para poner en el altar… Es lo único que falta, pero la diamantina es muy, muy, muy importante, porque el altar debe tener muchos, muchos, muchos brillitos… para que la virgen esté contenta”.
“¿De qué virgen me habla éste?”, fue lo primero que pensé, y así se lo hice saber. Rafa no tenía ni idea de qué virgen se trataba… y no lo culpo: con eso de que luego hay tantas… Pero aún así insistí: “¿De qué virgen se trata? ¿Cómo no lo vas a saber?” Y Rafa sonreía turbado, mirando pícaramente hacia todos lados: “Es que no, profe, en serio que no… no sé cómo se llama la virgen…” Yo lo miraba como Scully a Mulder cuando éste dice algo inconveniente. De pronto, se me ocurrió preguntarle si no se trataría de Nuestra Señora de los Brillitos… Rafa se rió y preguntó incrédulamente: “Ay, profe, me está vacilando… ¿en serio existe esa virgen?”
“¿Cómo sería, de existir, esa virgen?”, pensé para mis adentros. A Rafa le dije que sí, que era una vergüenza que no la conociera y que para poder subir su ya baja calificación en el parcial, debida a sus continuas inasistencias, muy bien podría investigar al respecto…
Claro que nunca investigó y el altar de ese año parecía algo así como una especie de disco de la época disco y creo que sólo le faltó peluche y una bola de cristal para tener el cuadro completo. La virgen de la que hablaba Rafa era la Virgen de los Dolores, cuya inclusión no me pareció muy afortunada… Pensé que en lugar de ella hubiera quedado mejor Nuestra Señora de los Brillitos… “¿Cómo sería, de existir, esa virgen?”, seguía yo preguntándome…

No hay comentarios:

Publicar un comentario