apoltrónate

éste es un blog de buena fe: no busco ningún fin trascendental, sino algo privado y familiar. tampoco me propongo prestar ningún servicio ni trabajo para mi gloria: mis fuerzas no realizarían tal deseo. lo dedico a mi gente (en la sangre y en el afecto) para que pueda encontrar aquí rasgos de mi condición y humor. quiero mostrarme en mi manera de ser, porque soy yo mismo a quien pinto. mis defectos, mis imperfecciones y mi manera de ser se reflejarán aquí de la cabeza a los pies, del cerebro al corazón. si resultara válido, me habría pintado de cuerpo entero y completamente desnudo, pero para eso hay otros lugares. sépase que soy el contenido de mi blog, sin que esto sea válida razón para que emplees tu vagar en un asunto tan frívolo y tan baladí.

martes, 2 de agosto de 2016

Ocios vacacionales


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El otro día me puse a leer Los huéspedes reales (1958), de Luisa Josefina Hernández. No, no son muy famosas ninguna de las dos, pero Luisa Josefina es una de esas escritoras a las que convendría voltear a leer de vez en cuando. Dicen que como profesora de teatro siempre fue muy exigente y como novelista y dramaturga, también. Su curiosidad intelectual llega al punto que incluso llegó a hacer traducciones, por ejemplo, de ese libro que tanto recomiendo, tan poco releo y que tan bueno es: El héroe de las mil caras, de Joseph Campbell. Una conexión entre el libro de Campbell y Los huéspedes reales radica en que en ambas se nota el interés de Luisa Josefina Hernández por el mundo clásico, por un lado y, por otro, en la voluntad, o tal vez la necesidad, de actualizar motivos, temas, personajes… de dicho mundo. Los huéspedes reales pretende la actualización (hacia 1958, insisto), del tema de Electra. Algo, que bien puede ser pudor, le impidió a la autora explorar (y explotar) satisfactoriamente el asunto y el tratamiento de personajes resultó un tanto simplón y el desenlace de la obra, apresurado e inverosímil. Sin embargo, y con el tiempo, Luisa Josefina Hernández habría de contribuir a la formación de muchas generaciones de estudiantes de arte dramático y de deleitarnos con novelas y obras de teatro muy bien escritas y bastante sólidas. Todo, muy lejos de los reflectores, los micrófonos y los periódicos… a diferencia de otras.

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Otro día, me di la oportunidad de ir al cine. En uno de aquí cerca ponían Julieta, la más reciente película de Pedro Almodóvar. Al salir de la sala, pensé, una vez más, que Almodóvar está cansado, aburrido, o las dos cosas, y que, hay que decirlo, es muy poco probable que vuelva a una racha similar a la que tuvo en la época de Todo sobre mi madre, Hable con ella, La mala educación e, incluso, Volver, porque luego de esto, Los abrazos rotos, La piel que habito o Los amantes pasajeros parecen una mala broma. Pensando en las primeras cuatro películas que menciono es que me dije “Vamos a ver qué onda”. Cierto que no se trata de una película intimista, de búsqueda o siquiera de repaso de algunas obsesiones (pero podría haber sido todo eso y algo más), pero nada de eso justifica una historia tan delgada y plana que deja ver los hilos y el pegamento con que se pretende unir las escenas, con personajes chatos y diálogos flemáticos… y no es que la historia no diera para ello (varios asuntos tienen todo para que Almodóvar se deleite en los melodramas a que es tan afecto, pero los deja ir). Allgo falló en el guion, o en la dirección, o en la actuación… o en todos ellos, que dan como resultado una película mirable, aunque nada memorable…

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La diferencia entre el caso de Luisa Josefina Hernández y Pedro Almodóvar es que presentan lo opuesto: un inicio titubeante que se consolida eventualmente hasta formar a una maestra del arte dramático o narrativo, contra la evidente decadencia de un maestro cuyas últimas producciones resultan tan acartonadas que indican, si no la urgencia, sí la necesidad de volver a correr riesgos… o de guardar silencio.

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